Hoy la maestra Elvira nos ha explicado cómo es el mar.
Ella lo vio hace unos años, en un pueblo de Valencia, cuando fue al entierro de una tía. Dice que cuando descubrió el mar, la pena del luto se le mezcló con lo que veía y se le hizo un nudo en el pecho, una garra que no le soltaba. Yo me imaginé un nudo hecho de cuerda y una garra de lobo y ese pensamiento me rasgó por dentro. Dijo que esa sensación era como el desamor y que por eso hay tantos poemas a la mar y a desamar. Yo no quiero que me pase eso, así que no me enamoraré y no creo que tampoco llegue a ver nunca el mar.
La maestra Elvira dice que mirando al mar la vista se pierde, que no puedes ver dónde empieza el cielo y dónde termina el agua. «Como si el horizonte desapareciese. Como si el cielo bajase al mundo», nos ha dicho.
Yo no termino de entenderlo y no sé cómo de pecado puede ser lo que nos cuenta, porque si el cielo baja no sé si tendrá que ver con Dios, con los ángeles, con los santos o con las monjas y el Padre Tomás, el cura de pueblo. Así que mejor no diré a los mayores estas cosas que nos ha contado la maestra. Porque no quiero que le pase nada, me gusta la maestra Elvira.
Nos habla con palabras nuevas y bonitas, con voz clara y como si fuésemos mayores. Cuando fue a la ciudad en verano, a la vuelta nos trajo un caramelo de limón a cada uno y por su santo, nos preparó rebanadas de pan con miel. La maestra Elvira huele a talco y su cara es muy pálida, creo que nunca ha trabajado en el campo porque su piel no está pecosa y tostada como la de nosotros.
Los viernes, la maestra Elvira nos lee un cuento y, después, las niñas hacemos labores de bordado mientras los niños repiten otra tarea de dictado.
Ella no es como la maestra Zoila que nos daba collejas y azotaba las manos. La maestra Elvira no nos llama pordioseros cuando llegamos con las manos sucias. Ella nos tiene preparados una palangana y un aguamanil para que todos nos lavemos las manos al llegar a la escuela. Hasta los hijos de los que no trabajan en el campo. Ella nos dice que todos somos niños y niñas para ella, que en la escuela y fuera, todos somos iguales. Hay veces que pienso que de verdad lo cree.
Una mañana nos preguntó a todos que qué queríamos ser de mayores, que cómo nos imaginábamos en unos años. Nadie contestó, porque nunca nadie lo habíamos pensado. ¿Es que se podía elegir? ¿Se puede cambiar lo que nos espera? ¿Podemos cambiar el cauce de la rambla que atraviesa la aldea? A la maestra las mejillas se le pusieron coloradas y los ojos le brillaban. Creo que se aguantó las ganas de llorar.
Pienso que de verdad cree todo lo que nos cuenta.
Y sí, hoy nos ha explicado qué es el mar aun sabiendo que la gran mayoría de los que la escuchábamos nunca lo veremos. Nos ha hablado de barcos y barcas, grandes y pequeños, como casas y como bancos. Nos ha hablado de agua infinita teñida de azul y negro, pintada de día y de noche.
Yo sé que no veré el mar. Sé que como lejos, iré a los pueblos de al lado cuando sean fiestas o a comprar. Sé que mi vida será agachada sobre el campo. Con las manos agrietadas de frío, con la cara surcada por el sol. La vida que han tenido mis hermanas, mi madre, mi abuela.
Sé que me tendré que casar porque no me quiero meter a monja. Sé que pariré y me traeré el bebé al campo mientras yo me rompo el cuerpo en la tierra. Sé que mis hijos crecerán entre la escarcha y las amapolas, igual que yo hice.
Pero también sé que la maestra Elvira me ha dicho que puedo soñar. Que para eso nos enseña a bordar, a leer y a escribir. Que los sueños nos harán únicos e invencibles.
Y aquí estoy, me he subido a lo alto del pajar para contemplar mi mar. Aquí no tenemos el mar del que hablan los poetas. Éste es un mar dorado, un mar de trigo. Las olas están hechas de espigas crujientes que se mueven a la vez cuando les toca el aire. Escucha, casi se siente el crujido de la espiga chocando contra el viento. ¿Lo oyes? No huele a sal, como nos ha contado la maestra que huele el mar. Este viento trae olor a trigos requemados. Y cuando llueve, a tierra mojada y a espliego recién nacido.
De noche, el cielo bajo nos envuelve y el chispear de estrellas alumbra el campo sin segar.
Traeré a la maestra Elvira hasta aquí, encima del pajar, para que vea este otro mar.
Mi hermoso mar dorado. Mi mar donde soñar. Donde, como en las fábulas de princesas y caballeros que nos cuenta la maestra, me sueño soberana de estos campos. Donde me sueño una vida sin una espalda partida labrando. Donde nunca tendré esa garra de desamor.
Un sueño en el que navego con veleros en mi mar de trigo y cebada.
Donde me sueño coronada por espliego y espigas. Yo, soberana de mi mar. Soberana de mi mundo.
Precioso relato Mireia
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Muchísimas gracias por leerlo y por comentar. 🙂
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Siempre me emociona leerte, bella…es tan bonito…las palabras y las frases…y ese mar que ya no es el mío desde hace mucho tiempo…tengo una casa casi a la orilla del mar, no el mar de la maestra Elvira…mi mar es el océano…y quizás, algún día, cuando quieras, te lo pueda enseñar🖤
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Hola de nuevo, Ili. Muchas gracias por leer y conocer este mar de espiga y sol de monte. Espero seguir viéndote por aquí. Un abrazo. 🙂
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