Ojalá pudiese correr por las líneas de mi mano.
Llegar hasta el acantilado que marca el principio y volver al precipicio del fin.
Una bocanada de eternidad, respirar nebulosas.
Ojalá esos surcos fuesen de campo labrado.
Que mi carne fuese tierra fértil y húmeda para encharcarme de lluvia y que las zanjas se me empaparan de vida.
Ojalá pudiese caminar hacia delante y hacia atrás por esas autopistas de tiempo.
Pero no iría al futuro, tampoco al pasado. Me quedaría en hoy. En este presente eterno al que ya estamos condenados.
Y así podría volver a esta mañana, que sería perpetua, y antes de la ducha me hilvanaría a tu pelo, memorizaría las constelaciones de tu cuerpo y podría repetirte una y otra vez:
«Tienes razón, tenemos un poema».
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