Diario de insomnio

Confieso que me amputo el pelo porque no duele. Porque algo de mí es destruido y vuelve a renacer. Porque no es irreversible. Por eso duermo con un gorro, para que las ideas no se me escapen. Para que los sueños fabricados no se me vayan como suspiros.

Confieso que me cincelo estrías en mi cuerpo como quien marca cada día que pasa. Porque mi cuerpo se vuelve un mapa de viaje, un diario. Mi piel queda como un papel arrugado que no puede volver a alisarse.

Confieso que tecleo porque, a veces, se me inunda el pecho de las cosas que no sé explicar. Porque me ahogo en frases calladas, en sensaciones silenciadas. Porque a veces quiero llorar cuando algo es tan bonito que no lo puedo decir.

Pero ven, por favor. Dame la mano. Ayúdame a no caer. Que el mundo va a una velocidad diferente a la mía. Que no quiero parpadear y perderme algo o perderme yo. Que estoy sola en un vendaval. Dame la mano y vayamos al norte, que el frío nos queme. Nos despierte. Nos haga temblar. Yo seré el mapa. Tú serás la brújula.

Pero ven, por favor. Dame la mano y sácame palabras. Dime que todo está bien. Que a ti te pasa lo mismo. Tatúame las líneas que te salgan.

Pero ven, por favor. Abrázame sin prisa. Fóllame fuerte. Cómeme el alma. Pégame tu lengua. Que mis manos son pequeñas y necesito que sean las tuyas las que me toquen.
Pero ven. Y cuéntame lo callado. Cuéntame los lunares. Cuéntame los días. Cuéntame los pasos.

Porque ahora el frío no me quema, no me despierta. Porque me amputo el pelo. Me cincelo estrías. Me tambaleo en el vendaval.

Porque a veces soy nada. Porque a veces soy nadie. Porque los sueños se me escapan mientras respiro.

Fotografía: Beatriz Emperatriz

Aleteo

He aprendido a vivir con un aleteo en mi pecho.

Mejor dicho, a sobrevivir con él.

El revoloteo sobre mis costillas no me deja dormir y cada día siento que la batida de las alas es más grande que la de ayer.

Suele ser un gorrión el que hace el nido entre mis pulmones.

Mi cuerpo es su jaula y lo único que quiere es salir de mí.

Por eso golpea con fuerza y llega a picotear rápido y profundo hasta llegar al corazón.

A veces quiero llorar por el daño que me hace, pero también por sentirle encerrado.

Sólo quiero que el gorrión vuele libre, que abandone el nido que se ha hecho con mis miedos bañados en cortisol.

El aleteo del gorrión es constante, pero, en ocasiones, también llega un buitre carroñero dispuesto a merendar mis sueños putrefactos y mi rutina hilvanada.

Y ahí siento que la jaula va a romperse, pero no saldrá el gorrión volando libre. Saldrá el buitre con mi alma resbalándole de su pico.

Por eso hago fuerte mi jaula, hago fuerte mi coraza para que el buitre no me destruya.

Pero el pequeño gorrión sigue atrapado, golpeando sus alas contra la jaula. ¿No lo oyes? Su aleteo es fuerte, es desesperado.

Por eso mis manos tiemblan, por eso mi ojo parpadea.

Y yo inspiro y expiro, buscando que el gorrión sea libre.

Ojalá encuentre el camino por mi pecho y termine huyendo por mi boca. Así se me quedará en la lengua el sabor de la libertad.

 

 

Imagen: Pexels

Sólo se muere una vez

El refrán dice que sólo se vive una vez, pero siempre he pensado que no es del todo exacto.

Más bien, debería decirse que sólo morimos un día.

En mi caso, creo que siempre fui consciente de la muerte. No sé por qué, ni cómo lo comprendí. Pero de bien niña, sabía que había un momento (o una etapa) del que no se nos hablaba a los más pequeños.

Y cuando supe que eso era la muerte y fui consciente de  que algún día dejaría de existir,  también comprendí que antes que yo hubo miles de niños, de mayores, de ancianos.

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Con flores, por favor.

Regálame flores. Regalémonos flores.

He llegado a esta conclusión. Creo que no hay mejor regalo que unas flores ¿Por qué?

Para mí, hay varias razones.

La primera es porque nos igualamos todos. No hay ningún cariño o amor que pueda medirse en los tickets. No querré más o menos quien se gaste más. No mediré el valor de un regalo en la cifra de una etiqueta. «Pero hay unas flores más caras que otras», seguro que me dirá más de una persona.

Sí, como en todo. Pero que alguien me diga que una flor es menos perfecta que otra. ¿Cómo se puede superar esa perfección? Un milagro hecho de pétalos, pistilos, corola, cáliz y estigma. ¿Puede haber palabras más hermosas y místicas para crear esa alquimia que son las flores?

Una orquídea es perfecta, pero una amapola, también. Tanto, que sólo puedes verla en su estado natural. Con su rojo escondiéndose en los campos y las laderas del camino. Gotas de sangre salpicando el monte. Su belleza no aguanta en un ramo. A veces pienso que es así, porque esa magia no está hecha para la vida del día a día ni parar mirarnos desde un jarrón.

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Feliz Año Nuevo (en febrero)

Antes de empezar por aquí, me gustaría aclarar algo. Yo no soy de propósitos de Año Nuevo. Tanto, que ya no es ni Año Nuevo. De hecho, para mí el nuevo año sigue empezando en septiembre. Será por culpa de mis recuerdos anclados, pero yo la llegada de un nuevo año o de una nueva etapa no la asocio con las uvas ni el confeti. Para mí tiene olor a forro de libros, cuadernos a estrenar y calcetines azul marino nuevos.

Por eso, no he querido tomarme esto como un propósito de Año Nuevo porque esos, seamos sinceros, no se cumplen. Al menos yo, que arrastro mi propósito de mejorar inglés y sacarme el jodido carnet desde casi ese tiempo de los calcetines del uniforme. Pero aquí estoy, rompiendo este nuevo espacio en blanco y, casualmente, a un paso del Año Nuevo chino.

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