Claveles en la boca

No me dices te quieros.

Tú los haces.

Porque me quieres con tus guiños en silencio,

porque se te escurre cariño por esos ojos del mar negro.

Porque ya no duermo (y tú tampoco), si no me acaricias el muslo izquierdo después del buenas noches.

No me dices te quieros,

pero me besas las ideas

y me abrazas el futuro.

Camino sola, no necesito de tu mano para andar,

pero sé que estás cerca por si tropiezo y tienes que soplarme la pena y la herida.

Y decirme que los sueños no se rompen.

Cuando me amasas la piel creo que se me vuelve tierra.

Porque no hay otra explicación a lo que siento:

Me trepan las flores desde las entrañas, donde tengo las raíces agarradas.

Los claveles se me revientan en la boca y el rocío me gotea por los ojos cada mañana.

Todo me sabe a lluvia y me huele a norte.

Tengo el alma de otoño, pero me estás sacando olor a primavera.

Fotografía: Pexels

Mañana

Por fin he comprendido que nunca habrá un mañana.
Porque al despertar volverá a ser un hoy.

Ese mañana del que nos hablan, nunca lo tendré ni podré nombrarme en él.
Y corremos detrás de él como un perro persigue a su presa, tan cegado por el ansia y su instinto, que no ve el terraplén por el que va a caer.
Buscamos llegar a ese mañana, como cuando de niña me ponía de puntillas y estiraba los
brazos tratando de cazar estrellas fugaces.

Y el mañana nunca será. Porque vivimos en un presente eterno, cíclico. Nunca nos hablaremos en futuro, al igual que no podemos destachar el calendario ni existe el deshablar.
Porque el pasado no se deshace igual que al futuro no se llega.

Estamos atrapados en una habitación y la puerta por la que entramos es el pasado, cerrada con llave desde fuera. Y el mañana no es más que una ventana desde la que podemos mirar, pero no abrir.

¿Pasará lo mismo con los sueños? ¿Serán como las estelas que atraviesan el cielo? ¿Podremos señalarlas, pero no tocarlas con la punta de los dedos?

¿Somos los perros galopando por atrapar a su presa? ¿Cegados por el deseo y con la sangre latiendo en nuestras sienes? Yo me he parado empapada en sudor, con el aliento seco y el alma sedienta.

Porque no alcanzo los sueños y he comprendido que mañana nunca llegará.

Estoy atrapada en esta habitación, en este presente. Pero a puñetazos he roto el cristal de la ventana, para que llegue el aire limpio del mañana. Huele a tormenta.

Y me quedo en esta habitación, en esta casa. ¿Por qué no es acaso nuestro instinto buscar un hogar? ¿No se siente el amor como volver a casa? Y ya estoy, ya lo tengo en este presente eterno con olor a la lluvia que traen los sueños.

 

 

Imagen: Pexels

Luna

Miro al cielo y veo a una nube parir una luna hermosa, redonda y blanca como una hostia consagrada.

Y abro la boca y ofrezco mi lengua al cielo para que mi paladar toque al astro, pero no puedo tener una comunión celeste.

Porque no nací de la tormenta.

Nací de carne y de sangre, de amor y dolor.

Por eso he de comulgar en cuerpo, en piel y en sudor.

Pero aunque soy mediocre, aunque soy nadie, aunque soy nada, puedo decir que he visto nacer a la luna.

Parida de una nube preñada, grande y oscura. Mírala, orgullosa y reina del mundo.

Ha venido para iluminarnos, para bañarnos de luz.

Ha venido para salvarme de mi mirada vulgar.

Imagen: Pexels

Tu otoño

Decías que era tu otoño.

Que el cuerpo lo tenía relleno de hojas crujientes.

Que mis ojos estaban caídos como las hojas, que se dejan mecer hasta caer.

Que mi alma te saciaba la sed como lluvia fría.

Decías que era tu otoño.

Porque llegué (y llegaba) despacio.

Porque había aparecido tras un verano ardiente.

Porque reencontraste el gusto por estar bajo una manta y no requemándote por el sol.

Fui tu otoño.

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Nunca lo sabrás

Ayer volví a pasar cerca de la casa.
Sólo la vi a lo lejos, no me atreví a pasar por la puerta.
No dejo de preguntarme si las paredes seguirán teniendo tu risa pegada en las esquinas y si la bañera seguirá llena de tu nombre.
Esa bañera en la que me asomaba como un gato curioso a mirarte mientras pintabas todo con perfume de café, negro y dulce.
Nunca sabrás que, a veces, estás conmigo en mi mente y en mis dedos.
Cuando me devora la cama vacía.
Cuando mis manos se pierden en mí mientras te pienso y paso mi lengua por tu cuerpo imaginado.
Nunca lo sabrás, pero tu sabor se me quedó a vivir en las entrañas y tus dedos están cincelados en mis caderas.
Cuando te miro, te sonrío.
Cuando te callo, trato de ahogar el recuerdo.
Nunca lo sabrás, pero no hubo café más dulce que el tuyo.
Nunca lo sabrás, pero la huella de tu mano y la mía siguen dibujadas en el cristal de la ventana.
Nunca lo sabrás, pero el recuerdo de tu mano sigue guiando a la mía.
Nunca lo sabrás, porque te callo y os sonrío.

 

Imagen: Eternal sunshine of the spotless mind (2004) – Anonymous Content, This is That, Focus Features

Cuando me besas

Cuando me besas, tu lengua me viene como una ola de sabor a granada, a fruta madura y tu saliva me empapa el alma.

Cuando me besas, me dejo cubrir por tu mirada. Por esos ojos como los del poema de Machado, ojos de noche de verano.

Mi cuerpo se sacude como si un rayo cruzase mi columna, mis brazos y mis pies para terminar muriendo en mis muslos. Un rayo que palpita hasta callar entre mis piernas.

En mi tripa no hay mariposas. Son garzas las que aletean en mis vísceras y vuelan hasta mi pecho.

Ahí anidan, ahí graznan y ahí me picotean por dentro.

Por eso me late el corazón más fuerte. Son sus picotazos los que marcan mi pulso, ¿no lo notas?

Por eso me brillan los ojos, porque hasta ahí llega el reflejo de ellas volando en mi garganta.

Por eso siento que floto, porque las garzas alzan el vuelo dentro de mí.

Y estas plumas no las sacamos del edredón mientras damos vueltas. Son las plumas que caen cuando las garzas baten alas al verte llegar.

Porque no, en mi tripa no hay mariposas, tengo garzas blancas aleteando en mis vísceras.

En el hueco entre los pulmones y el corazón, guardo su nido.

Sólo se muere una vez

El refrán dice que sólo se vive una vez, pero siempre he pensado que no es del todo exacto.

Más bien, debería decirse que sólo morimos un día.

En mi caso, creo que siempre fui consciente de la muerte. No sé por qué, ni cómo lo comprendí. Pero de bien niña, sabía que había un momento (o una etapa) del que no se nos hablaba a los más pequeños.

Y cuando supe que eso era la muerte y fui consciente de  que algún día dejaría de existir,  también comprendí que antes que yo hubo miles de niños, de mayores, de ancianos.

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Con flores, por favor.

Regálame flores. Regalémonos flores.

He llegado a esta conclusión. Creo que no hay mejor regalo que unas flores ¿Por qué?

Para mí, hay varias razones.

La primera es porque nos igualamos todos. No hay ningún cariño o amor que pueda medirse en los tickets. No querré más o menos quien se gaste más. No mediré el valor de un regalo en la cifra de una etiqueta. «Pero hay unas flores más caras que otras», seguro que me dirá más de una persona.

Sí, como en todo. Pero que alguien me diga que una flor es menos perfecta que otra. ¿Cómo se puede superar esa perfección? Un milagro hecho de pétalos, pistilos, corola, cáliz y estigma. ¿Puede haber palabras más hermosas y místicas para crear esa alquimia que son las flores?

Una orquídea es perfecta, pero una amapola, también. Tanto, que sólo puedes verla en su estado natural. Con su rojo escondiéndose en los campos y las laderas del camino. Gotas de sangre salpicando el monte. Su belleza no aguanta en un ramo. A veces pienso que es así, porque esa magia no está hecha para la vida del día a día ni parar mirarnos desde un jarrón.

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Feliz Año Nuevo (en febrero)

Antes de empezar por aquí, me gustaría aclarar algo. Yo no soy de propósitos de Año Nuevo. Tanto, que ya no es ni Año Nuevo. De hecho, para mí el nuevo año sigue empezando en septiembre. Será por culpa de mis recuerdos anclados, pero yo la llegada de un nuevo año o de una nueva etapa no la asocio con las uvas ni el confeti. Para mí tiene olor a forro de libros, cuadernos a estrenar y calcetines azul marino nuevos.

Por eso, no he querido tomarme esto como un propósito de Año Nuevo porque esos, seamos sinceros, no se cumplen. Al menos yo, que arrastro mi propósito de mejorar inglés y sacarme el jodido carnet desde casi ese tiempo de los calcetines del uniforme. Pero aquí estoy, rompiendo este nuevo espacio en blanco y, casualmente, a un paso del Año Nuevo chino.

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