Tu otoño

Decías que era tu otoño.

Que el cuerpo lo tenía relleno de hojas crujientes.

Que mis ojos estaban caídos como las hojas, que se dejan mecer hasta caer.

Que mi alma te saciaba la sed como lluvia fría.

Decías que era tu otoño.

Porque llegué (y llegaba) despacio.

Porque había aparecido tras un verano ardiente.

Porque reencontraste el gusto por estar bajo una manta y no requemándote por el sol.

Fui tu otoño.

Leer más »

Nunca lo sabrás

Ayer volví a pasar cerca de la casa.
Sólo la vi a lo lejos, no me atreví a pasar por la puerta.
No dejo de preguntarme si las paredes seguirán teniendo tu risa pegada en las esquinas y si la bañera seguirá llena de tu nombre.
Esa bañera en la que me asomaba como un gato curioso a mirarte mientras pintabas todo con perfume de café, negro y dulce.
Nunca sabrás que, a veces, estás conmigo en mi mente y en mis dedos.
Cuando me devora la cama vacía.
Cuando mis manos se pierden en mí mientras te pienso y paso mi lengua por tu cuerpo imaginado.
Nunca lo sabrás, pero tu sabor se me quedó a vivir en las entrañas y tus dedos están cincelados en mis caderas.
Cuando te miro, te sonrío.
Cuando te callo, trato de ahogar el recuerdo.
Nunca lo sabrás, pero no hubo café más dulce que el tuyo.
Nunca lo sabrás, pero la huella de tu mano y la mía siguen dibujadas en el cristal de la ventana.
Nunca lo sabrás, pero el recuerdo de tu mano sigue guiando a la mía.
Nunca lo sabrás, porque te callo y os sonrío.

 

Imagen: Eternal sunshine of the spotless mind (2004) – Anonymous Content, This is That, Focus Features

Sirena de tierra

Era una sirena.

Vestida con pantalones y calzando zapatillas, pero era una sirena.

Porque de tanto llorar el cuerpo se le envolvió en sal.

Lo que cocinaba se volvía salino. Amasaba el pan y se le llenaba de cristales.

Pasó demasiado tiempo sin sentir el sabor dulzón en su lengua. Mordió fruta, besó piel dulce y lamió risas lamineras. Pero nada. Tenía las lágrimas recorriendo sus venas, inundando sus pestañas y empapándole las vísceras.

Buceaba la ciudad en las líneas de metro. Con cada brazada rompía las horas, apuñalaba los días y mordía la rutina tratando de ganarle, pero el peso de las manecillas del reloj que marcaba su tiempo pesaba y dolía demasiado. Se hundía más y más. La sirena no llegaba a la superficie. El ancla le arrastraba, le tiraba, le arañaba.

Y un día se miró en el espejo y le costó encontrarse. Apestaba a coral y tenía los brazos cansados de nadar a contracorriente y remolcar algas a su paso.

Leer más »

Mi mar de trigo

Hoy la maestra Elvira nos ha explicado cómo es el mar.

Ella lo vio hace unos años, en un pueblo de Valencia, cuando fue al entierro de una tía. Dice que cuando descubrió el mar, la pena del luto se le mezcló con lo que veía y se le hizo un nudo en el pecho, una garra que no le soltaba. Yo me imaginé un nudo hecho de cuerda y una garra de lobo y ese pensamiento me rasgó por dentro. Dijo que esa sensación era como el desamor y que por eso hay tantos poemas a la mar y a desamar. Yo no quiero que me pase eso, así que no me enamoraré y no creo que tampoco llegue a ver nunca el mar.

La maestra Elvira dice que mirando al mar la vista se pierde, que no puedes ver dónde empieza el cielo y dónde termina el agua. «Como si el horizonte desapareciese. Como si el cielo bajase al mundo», nos ha dicho.

Yo no termino de entenderlo y no sé cómo de pecado puede ser lo que nos cuenta, porque si el cielo baja no sé si tendrá que ver con Dios, con los ángeles, con los santos o con las monjas y el Padre Tomás, el cura de pueblo. Así que mejor no diré a los mayores estas cosas que nos ha contado la maestra. Porque no quiero que le pase nada, me gusta la maestra Elvira.

Leer más »