Olor a septiembre

Te besé en mayo, pero olía a septiembre.

Como si llegara un nuevo curso con libros y cuadernos a estrenar.

Era primavera, pero tiritaba como en diciembre.

Sería la mecánica de mi corazón descacharrado haciendo eco dentro de mí.

La puesta a punto con engranajes rotos.

Fue en el norte, pero todo se puso al revés.

Hasta la brújula lo perdió (el norte).

Y yo, el miedo.

 

Imagen: Pexels

 

A mí me gusta el olor de las farmacias

Me encantaba el olor de las farmacias. Cada día buscaba una excusa para recorrerlas una por una.

Empezaron a conocerme en el barrio. Después en toda la ciudad.

Primero me hice adicta al ibuprofeno y a la valeriana. Después a las juanolas y a la equinácea. Las tomaba rápido para no sentirme mal al ir de nuevo a la botica. La campanilla de la puerta sonaba y yo me tragaba ese perfume a limpio y a química a bocanadas.

Cuando empeoraba, buscaba desesperada farmacias de guardia. Así conocí a Gómez, el farmacéutico de la calle Chinchilla. Me encontró a las tres de la mañana. Asomada al hueco de la verja, intentando inhalar el olor que se escapaba de la farmacia.

«Entra», me dijo subiendo la verja. Yo me quedé dormida en la silla junto a la báscula, rodeada de olor a aspirina y esparadrapo. Me despertó con una taza de café y un bote envuelto en papel de farmacia. «Ten. Me ha costado, pero te he guardado el olor aquí dentro. Ya tienes tu perfume».

 

 

Fotografía: Gabriel González

Nunca lo sabrás

Ayer volví a pasar cerca de la casa.
Sólo la vi a lo lejos, no me atreví a pasar por la puerta.
No dejo de preguntarme si las paredes seguirán teniendo tu risa pegada en las esquinas y si la bañera seguirá llena de tu nombre.
Esa bañera en la que me asomaba como un gato curioso a mirarte mientras pintabas todo con perfume de café, negro y dulce.
Nunca sabrás que, a veces, estás conmigo en mi mente y en mis dedos.
Cuando me devora la cama vacía.
Cuando mis manos se pierden en mí mientras te pienso y paso mi lengua por tu cuerpo imaginado.
Nunca lo sabrás, pero tu sabor se me quedó a vivir en las entrañas y tus dedos están cincelados en mis caderas.
Cuando te miro, te sonrío.
Cuando te callo, trato de ahogar el recuerdo.
Nunca lo sabrás, pero no hubo café más dulce que el tuyo.
Nunca lo sabrás, pero la huella de tu mano y la mía siguen dibujadas en el cristal de la ventana.
Nunca lo sabrás, pero el recuerdo de tu mano sigue guiando a la mía.
Nunca lo sabrás, porque te callo y os sonrío.

 

Imagen: Eternal sunshine of the spotless mind (2004) – Anonymous Content, This is That, Focus Features

Cuando me besas

Cuando me besas, tu lengua me viene como una ola de sabor a granada, a fruta madura y tu saliva me empapa el alma.

Cuando me besas, me dejo cubrir por tu mirada. Por esos ojos como los del poema de Machado, ojos de noche de verano.

Mi cuerpo se sacude como si un rayo cruzase mi columna, mis brazos y mis pies para terminar muriendo en mis muslos. Un rayo que palpita hasta callar entre mis piernas.

En mi tripa no hay mariposas. Son garzas las que aletean en mis vísceras y vuelan hasta mi pecho.

Ahí anidan, ahí graznan y ahí me picotean por dentro.

Por eso me late el corazón más fuerte. Son sus picotazos los que marcan mi pulso, ¿no lo notas?

Por eso me brillan los ojos, porque hasta ahí llega el reflejo de ellas volando en mi garganta.

Por eso siento que floto, porque las garzas alzan el vuelo dentro de mí.

Y estas plumas no las sacamos del edredón mientras damos vueltas. Son las plumas que caen cuando las garzas baten alas al verte llegar.

Porque no, en mi tripa no hay mariposas, tengo garzas blancas aleteando en mis vísceras.

En el hueco entre los pulmones y el corazón, guardo su nido.