Decías que era tu otoño.
Que el cuerpo lo tenía relleno de hojas crujientes.
Que mis ojos estaban caídos como las hojas, que se dejan mecer hasta caer.
Que mi alma te saciaba la sed como lluvia fría.
Decías que era tu otoño.
Porque llegué (y llegaba) despacio.
Porque había aparecido tras un verano ardiente.
Porque reencontraste el gusto por estar bajo una manta y no requemándote por el sol.
Fui tu otoño.