Chavela

La Llorona empezó siendo la Cebolleta. La llamaban así los niños del barrio. «Todavía huele a la Cebolleta», decían por la mañana. Y siguiendo el rastro se asomaban a la ventana de la cocina. Ahí estaba, y seguiría estando días y noches, la Llorona con su berrinche crónico.

Aprendió a andar entre los pucheros del restaurante. Su madre le hacía repasar la lección mientras pelaba las patatas. Y recuerda el día que, con doce años, le quitaron la mayonesa de las manos. «Hoy eres mujer y si la tocas, la estropeas», le explicó su madre con las mejillas abochornadas. Avergonzada, con esa sangre entre las piernas, la Llorona se escondió en un rincón a cortar cebolla. La mezcló con pimentón, del mismo rojo que se le escapaba; con la albahaca y pimienta molida; tomate verde y aceite de oliva. Fue entonces cuando la Llorona empezó su berrinche. La cebolla se le metió por la nariz y le dejó llorar por primera vez. Así echó todo fuera y se limpió. Parte del lloro se le escurrió en la salsa. La sal exacta.

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Anouk

Te fuiste.

Y te marchaste. Cuando cerré la puerta, supe que era un adiós. Supe que ya no volvería a pasar.

En los hoyuelos de mis muslos todavía está guardada tu saliva. Mi piel amasada, supura la nicotina de tus dedos. Trago agua y todavía me sabe a ti. Pero un aguijón en el centro del pecho me ha dicho que no volverá a ocurrir.

Un beso rápido mientras abrías el ascensor será el punto y coma a esta historia nuestra que nunca tuvo nombre, que nunca empezó, así que nunca terminará. Esta historia a la que tú traerás un nuevo personaje. Un cuento demasiado pequeño para tantos nombres. Lo supe, lo sé.

Me acabas de cincelar mi nombre en mi cuello. Lo decías, lo dices, golpeando cada sílaba, paladeando con golpes de aliento. Marcando la k final de mi nombre, dejando que resuene en la cueva de tu boca. Y aun así, con tus caricias recién bordadas en mí, sé que no volverá a ocurrir. Los dos lo sabíamos.

Hemos sido el alivio de luto del otro. Ese gris que sigue al negro antes de volver a los colores, a la vida. Hemos sido las risas y las caricias después del abismo de un desamor.

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